
Gustavo de Arístegui
La división de Occidente: ¿un suicidio colectivo?
La desunión no es una mera tendencia geopolítica es el síntoma de una crisis existencial que llevaría al autoritarismo

La fragilidad del orden mundial liberal, construido tras la Segunda Guerra Mundial, se exhibe con una crudeza alarmante. La desunión occidental, exacerbada por un distanciamiento entre Estados Unidos y Europa, augura un futuro sombrío donde el ascenso de China y el resurgimiento, más bien intensificación, de la amenaza rusa está trastocando y trastornando gravemente el tablero geopolítico global. La división no sólo es entre estados, se ha intensificado por la proliferación de simpatizantes pro-rusos y «putinistas» dentro de nuestras propias filas, ha plantado la semilla de la discordia, incluso en países que tienen muy claro que Rusia y China, aunque eventualmente tengan serios desencuentros, algo en mi opinión inevitable, son y seguirán siendo serias amenazas -por diferentes razones y por medios distintos- a la seguridad y estabilidad globales. La agresividad y el expansionismo de uno y otro no se van a mitigar dando un paso atrás, plegándose al uso de la amenaza y la fuerza o a un peligroso apaciguamiento. Los quintacolumnistas pro-rusos, tanto en la izquierda como en la derecha, nos acusan de belicistas a quienes creemos que la democracia y la libertad no podemos darlas por sentadas y que hay que luchar por ellas y defenderlas todos los días. Ya saben lo que decía Churchill de los apaciguadores (esta cita sí que es suya) «son aquellos que alimentan al cocodrilo en la esperanza de ser los últimos en ser devorados».
El resquebrajamiento del vínculo transatlántico
Desde la Guerra Fría, la alianza transatlántica ha sido el pilar fundamental de la seguridad y estabilidad de Europa y del mundo, con sus luces y sus sombras, aciertos y errores. Sin embargo, las fisuras se han intensificado en la última década. El unilateralismo estadounidense, la divergencia en políticas comerciales y de seguridad, y la erosión de valores compartidos, han socavado la confianza mutua. Como señala Joseph Nye en su obra «Is the American Century Over?», ‘el declive de la cohesión transatlántica se debe, en parte, a la percepción de que los intereses de Estados Unidos y Europa han divergido significativamente’. Esto se manifiesta en la reticencia europea a seguir ciegamente la agenda estadounidense, especialmente en cuestiones como el cambio climático y el acuerdo nuclear con Irán, incluso ante la evidencia de que Irán iba a aprovechar el acuerdo para ganar tiempo y disimular el carácter militar de su programa nuclear. Se puede constatar que la divergencia empezaba a fraguarse incluso con presidentes demócratas.
Además, la crisis financiera de 2008 y sus secuelas han dejado profundas cicatrices en la confianza mutua, revelando vulnerabilidades y divergencias en la gestión económica. Y las encuestas revelan una creciente disparidad en la percepción de amenazas entre Estados Unidos y Europa. Por ejemplo, según el ‘Pew Research Center’, existe una brecha significativa en la visión sobre el papel de la OTAN y la política exterior hacia Rusia. Esto se ha traducido en políticas divergentes en áreas clave como el gasto en defensa o las diferencias en torno a la interpretación y aplicación de sanciones económicas a ciertos países. La erosión de la confianza mutua se refleja en la disminución del apoyo público a las instituciones transatlánticas. Las estadísticas de ‘Eurobarómetro’ muestran una tendencia a la baja en la confianza de los ciudadanos europeos en la OTAN y en la relación con Estados Unidos, y esto es cierta mente grave y va a tener consecuencias a largo plazo difíciles o casi imposibles de revertir.
El ascenso de China y la resurgencia de Rusia, y el «putinismo» interior
Mientras Occidente se fragmenta, China consolida su posición como potencia global. Su iniciativa de la Franja y la Ruta, su inversión masiva en tecnología y su creciente influencia militar desafían el liderazgo occidental. Paralelamente, la Rusia de Putin, envalentonada por la percepción de debilidad occidental, busca restaurar su esfera de influencia en Europa del Este y Asia Central. Ian Bremmer, en su análisis en suprograma «G-Zero World», advierte que «la convergencia de intereses entre China y Rusia, aunque táctica, representa un desafío estratégico para Occidente». Es esencial que Occidente entienda que, aunque se produzca un alejamiento o incluso una ruptura entre China y Rusia, cada uno por su lado seguirá desafiando a Occidente y representando un riesgo para nuestros intereses, si no conseguimos controlar o que ellos rebajen sustancialmente su expansionismo agresivo. Esta alianza, se fundamenta en la oposición al orden liberal y la promoción de un mundo falsamente multipolar, que pretende desplazar a Occidente del centro del escenario global. Además, el gran politólogo estadounidense el Prof. Graham Allison, exdecano de la Harvard Kennedy School en «Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?», explora el concepto de la «trampa de Tucídides», subrayando cómo el conflicto entre una potencia establecida como Estados Unidos y una emergente como China podría ser casi inevitable. Este escenario se ve agravado por la creciente sofisticación militar de China y su expansión marítima en el Mar de China Meridional, generando tensiones con sus vecinos y desafíos constantes para la seguridad regional y global.
La guerra de Ucrania ha expuesto aún más la vulnerabilidad de Occidente ante la agresión rusa y la peligrosa dependencia energética europea. La capacidad de Rusia para desestabilizar la región y manipular la información ha desafiado la resiliencia de las democracias occidentales. Y en el interior de la Unión Europea, figuras como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el primer ministro eslovaco, Robert Fico, son ejemplos claros de líderes que, desde el populismo y el revisionismo histórico, han adoptado posturas pro-rusas, desafiando el consenso europeo. Sus políticas, que incluyen el debilitamiento de las sanciones contra Rusia y la difusión de propaganda pro-Kremlin, representan un peligroso caballo de Troya dentro de la UE. Según investigaciones de organizaciones como el «European Council on Foreign Relations», la influencia de la desinformación rusa ha aumentado significativamente en Europa en los últimos años, con un preocupante impacto directo en la opinión pública provocando divisiones y disensiones, no solo entre los extremistas de derecha o izquierda, incluso entre moderados y conservadores. Esto lo hemos podido comprobar incluso en España con un número creciente de portavoces que repiten al pie de la letra, sin el más mínimo pudor, los argumentos del Kremlin repetidos hasta la saciedad en «Russia Today TV». La propaganda rusa ha penetrado muy profundamente en nuestras sociedades envenenando la convivencia y el debate. La ponzoña propagandística y la interferencia por medio de campañas de ciber-influencia y en las redes sociales, han conseguido condicionar los resultados electorales en algunos países europeos.
Ha sonado la alarma: se impone la imperiosa y urgente necesidad de reformar, reconstruir, y fortalecer el vínculo trasatlántico:
La reconstrucción del vínculo transatlántico es una necesidad existencial para Occidente. Requiere un compromiso renovado con nuestros valores compartidos, una coordinación más estrecha en política exterior y de seguridad, y una respuesta unificada a los desafíos planteados por China y Rusia. Anne Applebaum, en su inquietante libro «Twilight of Democracy», argumenta que «Occidente debe reconocer que la competencia estratégica con China y Rusia no es un juego de suma cero. La cooperación en áreas de interés común, como el cambio climático y la no proliferación nuclear, es esencial para preservar la estabilidad global». En esta misma línea, Robert Kagan, en «The Return of History and the End of Dreams» analiza el resurgimiento del autoritarismo y el nacionalismo, desafiando la noción del «fin de la historia» y la expansión global de la democracia liberal. La necesidad de fortalecer las instituciones multilaterales y revitalizar la cooperación internacional es crucial. Occidente debe contribuir a promover un orden global fundamentado en reglas, donde el derecho internacional y los valores democráticos sean respetados. El tiempo apremia. La inacción occidental solo acelerará su declive. Es imperativo que Estados Unidos y Europa superen sus diferencias y forjen una nueva alianza, sobre la base del respeto mutuo y la defensa de los valores democráticos. Sólo entonces, Occidente podrá enfrentar con éxito los desafíos del siglo XXI y preservar su legado de libertad y prosperidad. Renovación de la narrativa occidental, sobre las bases aquí expuestas, es esencial para contrarrestar la perniciosa influencia de las potencias expansivas y autoritarias. Debemos señalar y denunciar a los líderes dentro de Europa que actúan a favor de los intereses espurios, vengan de donde vengan. Hay que extirpar la influencia en Europa de un Estado peligroso y promotor del terrorismo como Irán. Créanme que la tiene y por medios criminales como la extorsión, la corrupción o ambas a la vez entre otras. Solo a través de la unidad y la determinación podremos evitar el «suicidio de Occidente» y asegurar la supervivencia de nuestras democracias. La desunión de Occidente y el debilitamiento del vínculo transatlántico no son meras tendencias geopolíticas; son síntomas de una crisis existencial que amenaza con sumir al mundo en un nuevo orden dominado por potencias autoritarias. La reconstrucción de la alianza transatlántica y la defensa de los valores democráticos son imperativos morales y estratégicos que Occidente no puede permitirse ignorar. Tenemos que actuar inmediatamente, antes de que el crepúsculo de Occidente se convierta en una muy oscura, larga y terrorífica noche.
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