El buen salvaje

Adolescentes con tableta

Se inauguraban aulas con ordenadores como antaño pantanos. Antes una pantalla que la calefacción o el comedor. Pasar frío y hambre es analógico, muy siglo XX

Voy a empezar nombrando la serie de moda, «Adolescencia», solo un momento, para que no salgan corriendo con la turra. Cuando nos da por algo somos insoportables. La serie trata, en parte, de lo que quiere evitar la ley que el Gobierno llevará al Congreso «para proteger a los menores» en el entorno digital. Ahora mismo, no solo hay que salvar a los adolescentes sino a los adultos de esos monstruos que ansían jugar a los marcianitos, pero con nosotros como diana.

No crean que ese objetivo va a cumplirse. Al menos la generación de los actuales púberes crecerá con el cerebro tostado y un alma de demonio vuelta y vuelta. Desde que explotó la era tecnológica en los años noventa vamos tarde y mal. Primero se permitió que todo lo que había en internet fuese gratis y cuando quisieron cazar a los piratas ya inundaban los mares y tenían al pueblo de su lado, pues se corrió la voz de que se trataba de robar a los ricos para dárselo a los pobres. Ciertos educadores llevan años advirtiendo de que el uso temprano de las pantallas y la anarquía de las redes sociales crean sociedades mal informadas y peor intencionadas. Nadie les hizo caso. Los consejeros de las comunidades autónomas anunciaban la compra de pizarras y dispositivos digitales de los que se sentían muy orgullosos. Se inauguraban aulas con ordenadores como antaño pantanos. Antes una pantalla que la calefacción o el comedor. Pasar frío y hambre es analógico, muy siglo XX.

La Inteligencia Artificial ya ha entrado hasta las cocinas de nuestras casas y aún anda el legislador como si no hubiera tocado al timbre, pausadamente, mientras los robots conquistan la zona de interés. No es que la tecnología sea mala, al contrario, pero a los que mandan les da pereza enmendar sus renglones torcidos, entre otras cosas porque les supera. Una IA prepara mejores informes que muchos de nuestros representantes y eso debe doler, como a los periodistas que escriban artículos sin faltas de ortografía.