Letras líquidas

Nada

El rechazo a presentar el proyecto de presupuestos, para «no perder el tiempo», amenaza con rebasar la línea roja de cualquier democracia plena

Si por algo se ha caracterizado la vida política española en los últimos años ha sido por la alerta continua y permanente sobre el deterioro del papel del Poder Legislativo. Las primeras señales llegaron en forma de una cierta frivolización que conducía al desapego ciudadano y que debilitó el aura de seriedad y solemnidad que en tiempos tuvieron las Cámaras, con «shows» y «performances» de la nueva política que se presentaba creativa y rompedora. Y de la forma al fondo medió un paso, dos como mucho, y la costumbre, tan traicionera a veces, oficializó las sesiones en la Carrera de San Jerónimo como una prolongación de escenografías partidistas que las fueron aligerando del papel clave en la soberanía nacional. ¿Cómo olvidar la situación en pandemia, aquel cierre «de facto», tan cuestionado si se comparaba con que ni siquiera en la Guerra Civil se produjo un bloqueo parecido? Desde entonces, el hábito gubernamental de los decretos, la eliminación de debates verdaderos reconvertidos en negociaciones de despachos y pasillos, y el recurso reiterado a vías legislativas que eluden los controles de otros órganos han debilitado la vida parlamentaria y, en consecuencia, arriesgan el rigor y la garantía de las propias normas. Pero la deriva va a más. Ya no es la banalización del hemiciclo ni la ausencia de fiscalizaciones rigurosas, ni siquiera el olvido del debate sobre el estado de la nación, el rechazo a presentar el proyecto de presupuestos, para «no perder el tiempo», amenaza con rebasar la línea roja de cualquier democracia plena. Y uno piensa en otros tiempos y otros cronistas parlamentarios que nos han regalado la observación del pasado en sus textos, como Camba, que apuntaba al exceso de palabrería y de retórica vacía que rellenaba ratos (o creaba contenido, que se diría ahora) como uno de los grandes males que aquejaban al Congreso de principios del XX. De hecho, su conclusión sobre uno de los discursos a los que asistió fue un escueto «Nada». Y hoy los peores temores serían que esa palabra pueda convertirse en la síntesis de toda una legislatura.